El pasado 30 de septiembre, en Colombia, en el departamento del Cauca, en un pequeño municipio llamado Almaguer, fue asesinada por dos paramilitares Adelinda Gomez Gaviria, al salir de una reunión de mujeres. Tenía 36 años de edad y era madre de tres hijos, el mayor, de 16 años, que le acompañaba en el momento también fue herido. El delito de Adelinda, luchar para evitar que la implantación de la minería destroce su territorio y los medios de vida de las personas que lo habitan. Adelinda era una lideresa que formaba parte del Proceso de Mujeres del Macizo Colombiano del CIMA, organización campesina de defensa de la tierra, e impulsó, entre otras actividades, la realización de un Foro Minero y Ambiental, en el mismo municipio de Almaguer, en que participaron cerca de 1500 campesinos e indígenas.
Que su asesinato tiene una relación directa con su oposición a la minería y al expolio está fuera de toda duda. Un mes antes había recibido amenazas por teléfono, unos desconocidos le dijeron “deje de joder con esa cosa de la minería, eso se riesgoso y se va a hacer matar”, también la habían abordado por la calle advirtiéndole de que parara y que no se mezclara con los opositores a la minería. Pero en Colombia las defensoras y defensores del territorio y de los derechos humanos saben que tienen que convivir con el riesgo y las amenazas, y saben que no pueden abandonar la lucha porque a nadie se le puede pedir que viva de rodillas.
Quien la conocía mejor nos cuenta que Adelinda “hacía un trabajo de hormiga”. Ejercía un liderazgo cotidiano, poco vistoso. No era de las que se subía a las tarimas a hacer discursos, sino que hablaba con la gente, tanto con la que estaba de acuerdo y como con la que no en relación a la minería, intentando que la comunidad se mantuviera unida. Ella lo hacía desde su vereda, y en toda la región con esta constancia con la que muchas mujeres suelen hacer el trabajo. Liderazgos que parecen más humildes que otros, pero que son ejercidos fundamentalmente por mujeres y que muchas instituciones, e incluso organizaciones populares, desvalorizan por un modelo masculino que impera en el accionar político: el liderazgo de lo que hace los discursos, el que aparece siempre públicamente. Son maneras, útiles ambas, pero tenemos que hacer un esfuerzo para hacer visibles y valorizar a las miles de mujeres que en sus comunidades son las imprescindibles para organizar, cohesionar y mantener la resistencia y la acción. Y la paradoja es que quienes la asesinaron saben perfectamente que estas mujeres son fundamentales para impedir los planes de los que quieren entrar en los territorios y desplazar a las comunidades con proyectos de megaminería, de hidroeléctricas y tantos otros de los que en estos momentos tapizan toda Colombia.